martes, 19 de mayo de 2009


A menudo los hijos se nos parecen,
y así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean
con nuestros gestos,
echando mano
a cuanto hay a su alrededor.




Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abie
rtos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costum
bres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.








Niño,
deja ya de joder con la pelota.

Niño, que eso no se dice, que eso no se hace,
que eso no se
toca.



Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos pare
ce que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.







Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.



Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.

No hay comentarios:

Publicar un comentario